La encíclica LAUDATO SI, que el Papa Francisco ha publicado el 18 de junio pasado, es un fuerte llamado -quizás el más fuerte hecho hasta ahora- a enfrentar el desafío ineludible y perentorio del respeto del ambiente y de la Tierra, “nuestra casa común”.

Sin embargo, no es solo eso, sino mucho más. La encíclica es un texto que, al ligar indisolublemente la cuestión ambiental con la cuestión social como dos caras de la misma moneda, repasa con lenguaje sencillo, claro y agradable los grandes desafíos del hombre contemporáneo, transmitiendo esperanza, infundiendo optimismo y coraje y sobre todo tejiendo diálogos y construyendo puentes, encuentro y colaboración. Es, como notaron algunos observadores, un documento que ofrece a todos, creyentes o no, católicos o no, una plataforma de valores de alto calibre ético, existencial y cultural.

Se trata, en definitiva, de un llamado a la responsabilidad y dignidad individual, “más allá de todos los condicionamientos”. “A cada persona del mundo – escribe Francisco – le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle”.

Se puede y hay que cambiar – es lo que nos dice el Papa – y cada uno, desde el más pequeño hasta el más poderoso tiene un rol y una tarea. Porque “no todo está perdido”.

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